UN “MERO TRÁMITE” LLAMADO EXAMEN
Hay muchas cosas que regresan en Septiembre pero quizá la más temida de todas ellas son los exámenes, el examen en mi caso, pues afortunadamente sólo he de enfrentarme a uno. Es precisamente éste el motivo por el que me ausentaré hasta el día 2 de Septiembre, pero no sin antes plantearles mi visión acerca de tan traumático compromiso: el examen. Tenía un profesor cuya asignatura es considerada una de las más temidas a juzgar por el escaso número de aprobados, lo cual suscitó la curiosidad de un alumno que no dudó en preguntarle por el examen el primer día que nos impartió clase. Luego se dejó ver por clase otros cuatro o cinco días, pero por enfermedad del profesor adjunto, no se vayan ustedes a creer. Pues bien, tan temible e ilustre (según él) personaje calificó su examen de “un mero trámite” Tan simple diría yo como la facilidad con la que el sueldo de algunos profesores va a parar a su cuenta corriente después de dejarse la vida impartiendo clase cuatro días al año.
A decir verdad siempre me ha sorprendido todo lo que rodea a tan ilustre palabra cuya simple pronunciación es capaz de captar la atención de los somnolientos estudiantes en una tediosa clase. Y que es también lo suficientemente poderosa como para suscitarles temor o incluso pánico en ocasiones, en lo que es para mí una de las más claras demostraciones de que el sistema educativo español no se basa en el interés por aprender sino en el miedo al suspenso y en la memorización compulsiva de unas hojas a menudo consideradas hostiles y cuyo contenido apenas es aplicable a la vida laboral. El caso es que el sistema se rige por estos principios, los cuales están invitando directamente al estudiante a almacenar el contenido los días antes para desecharlo con la mayor brevedad posible, como si estorbase. Muestra de ello es que la biblioteca está desierta en Abril y completamente desbordad en Mayo.
Y llegado el momento de almacenar esos inservibles contenidos no son pocos los que sucumben ante lo chapucero de su método de estudio, que parece no haber evolucionado mucho desde que descubrieron la suma y la resta. Éstos son los estudiantes adictos al café y al Red Bull, quienes no dudan en afirmarte las grandes propiedades de la citada bebida a la hora de darte energías y permitirte estudiar horas y horas sin necesidad de dormir en tres días. La argumentación es sólida e incluso basada en compuestos químicos y energéticos que están a la vista de todos, por figurar en la etiqueta del producto, pero todo se viene abajo al fijarte en el aspecto del ponente, que parece haber sido sometido a toda clase de torturas inhumanas, con los ojos a medio cerrar y la mirada perdida en el infinito. Ellos son los que corrompen con sus litros de porquería la perfeccionada técnica de estudiar los días antes de los exámenes y obtener resultados exitosos.
Cuando por fin llega el fatídico día todo adquiere los ya conocidos tintes surrealistas. El pobre infeliz que pretende estudiar en quince minutos lo que no ha estudiado en quince días, la histérica que pasa hojas compulsivamente sin saber lo que realmente está buscando, la pobre que se pone a llorar porque tiene miedo al suspenso, el fantasma que comenta la borrachera que va a coger nada más que termine el examen (éste suele terminar pronto) o el ya clásico aprovechado que se coloca audazmente al lado de alguien que presumiblemente va a aprobar (éste sale el último pero siempre suspende) Cuando termina el examen lo mejor es escapar a toda prisa para no tener que hacer frente al “¿Qué pusiste?” Todos desquiciados comentando lo que contestaron y el ya clásico que va sumando los puntos que cree que va a obtener en cada preguntar para llegar siempre a la conclusión de que aprobará por poco, aunque siempre suspende. Y que no falten las supersticiones, irracionalmente necesarias en ese momento en que tu estudio de días se decide en unos minutos.
A decir verdad siempre me ha sorprendido todo lo que rodea a tan ilustre palabra cuya simple pronunciación es capaz de captar la atención de los somnolientos estudiantes en una tediosa clase. Y que es también lo suficientemente poderosa como para suscitarles temor o incluso pánico en ocasiones, en lo que es para mí una de las más claras demostraciones de que el sistema educativo español no se basa en el interés por aprender sino en el miedo al suspenso y en la memorización compulsiva de unas hojas a menudo consideradas hostiles y cuyo contenido apenas es aplicable a la vida laboral. El caso es que el sistema se rige por estos principios, los cuales están invitando directamente al estudiante a almacenar el contenido los días antes para desecharlo con la mayor brevedad posible, como si estorbase. Muestra de ello es que la biblioteca está desierta en Abril y completamente desbordad en Mayo.
Y llegado el momento de almacenar esos inservibles contenidos no son pocos los que sucumben ante lo chapucero de su método de estudio, que parece no haber evolucionado mucho desde que descubrieron la suma y la resta. Éstos son los estudiantes adictos al café y al Red Bull, quienes no dudan en afirmarte las grandes propiedades de la citada bebida a la hora de darte energías y permitirte estudiar horas y horas sin necesidad de dormir en tres días. La argumentación es sólida e incluso basada en compuestos químicos y energéticos que están a la vista de todos, por figurar en la etiqueta del producto, pero todo se viene abajo al fijarte en el aspecto del ponente, que parece haber sido sometido a toda clase de torturas inhumanas, con los ojos a medio cerrar y la mirada perdida en el infinito. Ellos son los que corrompen con sus litros de porquería la perfeccionada técnica de estudiar los días antes de los exámenes y obtener resultados exitosos.
Cuando por fin llega el fatídico día todo adquiere los ya conocidos tintes surrealistas. El pobre infeliz que pretende estudiar en quince minutos lo que no ha estudiado en quince días, la histérica que pasa hojas compulsivamente sin saber lo que realmente está buscando, la pobre que se pone a llorar porque tiene miedo al suspenso, el fantasma que comenta la borrachera que va a coger nada más que termine el examen (éste suele terminar pronto) o el ya clásico aprovechado que se coloca audazmente al lado de alguien que presumiblemente va a aprobar (éste sale el último pero siempre suspende) Cuando termina el examen lo mejor es escapar a toda prisa para no tener que hacer frente al “¿Qué pusiste?” Todos desquiciados comentando lo que contestaron y el ya clásico que va sumando los puntos que cree que va a obtener en cada preguntar para llegar siempre a la conclusión de que aprobará por poco, aunque siempre suspende. Y que no falten las supersticiones, irracionalmente necesarias en ese momento en que tu estudio de días se decide en unos minutos.
5 Comments:
"...el sistema educativo español no se basa en el interés por aprender sino en el miedo al suspenso y en la memorización compulsiva de unas hojas a menudo consideradas hostiles y cuyo contenido apenas es aplicable a la vida laboral"
Doy fe de ello, porque parece que llevo siglos encerrado en una clase y sigo teniendo la impresión de que no he aprendido nada. Sin embargo, continuamente mis compañeros me hacen notar que yo no sería lo que soy si no fuera por las clases. Pero todavía me estoy preguntando si a estas alturas no sabría mucho más de no haber soportado el lastre que a veces supone permanecer en clase mirando las musarañas o jugando al ahorcado porque no ha venido el profesor.
Con respecto a tus reflexiones sobre el examen, temo decir que hay muy pocos que no se pongan nerviosos ante una hoja en blanco. En fin, buena suerte y sea lo que Dios quiera.
Te seguiremos leyendo.
Sobre los exámenes, sólo el primero de Selectividad consiguió ponerme un tanto nervioso. Nunca los he temido, aunque sí he observado y examinado todo lo que usted cuenta en su artículo, desde las semanas previos al día de autos. También le doy la razón en lo penoso del sistema educativo español y en que mucho de lo que se intenta aprender a trancas y barrancas no acaba por servir de nada. Sin embargo, y me refiero a mi etapa escolar, no a la universitaria, que imagino será otra cosa, se trata de adquirir unos hábitos de estudio y un bagaje cultural a la par que se va subiendo de curso y avanzando hacia lo laboral. Pero, como ha dicho Samuel, la tentación autodidacta es muy fuerte. No dudo de que hoy sabría el doble o el triple de Historia y de Literatura si no tuviese que haber estado atado a números y calculadoras durante horas y horas, a fórmulas químicas y teorías físicas que nunca más he de usar (esto antes de bachillerato, porque elegí Ciencias Sociales).
En fin, sea como fuere, le deseo suerte para su examen y tengo la convicción de que lo superará como el "mero trámite" que es. Eso sí, nuestro "mero trámite" preparatorio nos toma un cuarto de nuestra vida. Para bien o para mal.
Un saludo
En primer lugar agradecerle a Samuel su visita y su comentario y decirle a Espantapájaros que celebro su vuelta por este sitio. Espero que haya tenido un buen viaje; mañana leeré y comentaré lo que nos cuente. Comparto la postura de ambos en lo referente a la tendencia autodidacta, si es que se le puede denominar así. La mayor parte de los conocimientos que conserva una persona no son los memorizados para un examen sino los asimilados por considerarlos interesantes o los adquiridos de modo propio. Eso explica que haya tantos incultos. No conozco si en Ciencias la situación es parecida, pues considero que en este caso el proceso de aprendizaje es diferente, pero en las Ciencias Sociales el sistema español fracasa estrepitosamente. Se les pretende explicar a los alumnos las causas y las consecuencias de algo sin llegar previamente a la conclusión de que éstos no conocen siquiera el significado de la idea principal. Como para entender las consecuencias... En cuanto a los exámenes debo reconocer que antes si me ponían nervioso pero esto ha cambiado radicalmente desde que aprobé una asignatura importante debido a un cúmulo de coincidencias realmente sorprendente. ¿Quién dijo que la suerte no existe?
Un saludo.
La suerte sí existe, pero cuanto más te sepas la materia, te olvidas de la suerte y confías en tí mismo.
Un saludo y mucha suerte. (Septiembre es lo que tiene, para bien y para mal)
Por cierto, espantapájaros, me pasó lo mismo que ha usted. Uno se acostumbra a utilizar tanto la calculadora que se olvida de todo. ¡¡Y que mejor que me hubieran dado amí más clases de historia que de matemáticas!!
Un saludo, vitio.
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